Hay películas que son difíciles de explicar. Que más allá de su narración principal, lo que muestran tiene que ver con otras cosas. Que se develan diferentes elementos que las hacen más importantes que una simple historia cuya acción empieza y termina en algo más de una hora. Pues bien, El hombre de al lado, la segunda película de Mariano Cohn y Gastón Duprat es más que eso. Es una puesta de arte dramático con una moraleja dura y un epílogo apabullante.
Lo que cuenta El hombre de al lado es la historia de un artista del diseño gráfico e industrial de la ciudad de La Plata, interpretado por Rafael Spregelburd, que transcurre sus días inmerso en proyectos que le dan buenos dividendos y con una vida familiar rutinaria, en una casa muy reconocida arquitectónicamente. De golpe y porrazo, su vecino de al lado -Daniel Aráoz- decide abrir una agujero en la medianera para hacer una ventana que da hacia el patio interno de su hogar, a lo que él se niega. La tensión entre ambos y la puja por esta abertura va incrementándose minuto a minuto y el duelo, casi de western urbano, se desgrana inexorablemente a lo largo de todo el film.
Cohn y Duprat demuestran una adultez para la apuesta artística que hacen de esto un pieza fundamental para el cine-arte argentino. El lugar donde la filmaron es la casa Curutchet -única obra en latinoamérica del precursor del movimiento arquitectónico moderno conocido como Le Corbusier- donde, según su web "materializa fielmente la concepción arquitectónica del espacio moderno". Y modernismo que representa fielmente El hombre de al lado en la pantalla.
Con reminiscencias a otros producciones como Vecinos, esa maravillosa comedia negra de principios de los 80' con John Belushi y Dan Aykroid, y cierto toque minimalista del cine francés de los 70, sus encuadres, su forma y su argumento son casi únicos en su género.
Spregelburd construye a un snob del diseño apabullado por su esposa y sus obligaciones, dubitativo y tibio por momentos, pero frío cuando menos se lo espera. Aráoz, en su mejor interpretación actoral que hizo alguna vez, estremece con un tipo guarro, mal hablado, pero deliciosamente disfrutable y emotivo.
El hombre de al lado decanta y engloba en la cultura, mucho más que lo que muestra la propia cultura. Los créditos del comienzo están basados en la video instalación Boquete, del artista Gaspar Libedinsky, y hay cameos de varias obras de arte de León Ferrari, Irene Banchero y Renata Morini.
Va de lo individual a lo general, de lo puntual o lo global con una solvencia que asombra. Siempre contada desde el punto de vista de su protagonista, Cohn y Duprat tienen muñeca para mostrar esta historia donde, en definitiva no hay buenos ni malos, igual que en la vida.
El hombre de al lado es de esas películas en las que al comienzo parece que no ocurriera nada. Que todo es una suma de excelentes planos y buena continuidad. Pero que poco a poco se descubre como lo que es: una metáfora de nuestra asquerosa y sucia sociedad.